Saoirse Ronan enfoca la mirada al horizonte grisáceo de una Inglaterra abierta en canal: una nación de orgullo heráldico y sanguíneo, que se debatía en los sesenta entre el clasismo de insoslayables crueldades, y las ideas liberalizadoras de la generación coetánea de las canciones de The Beatles.
Sentada al borde de una barca encallada en la pedregosa playa de Chesil, la protagonista de Lady Bird (trabajo por el que obtuvo una nominación como Mejor Actriz, en la última ceremonia de los Oscar) parece nutrida de silencios, y de miedos incomunicados respecto a la zozobra sentimental. Sensaciones que pertenecen al personaje quebrado de Florence Ponting: la ficticia joven, que lidera el dramático curso del último largometraje dirigido por Dominic Cook (The Hollow Crown).
Rodada en localizaciones de Dorset y Buckinghamshire, En la playa de Chesil es una película con cáscara de obra nostálgica, deudora de cambios sustanciales y necesarios. Por un lado está el adiós al viejo régimen, de un país que intentaba acabar con la separación ciudadana en función de su cuna; pero por el otro está la colisión ilusoria de los británicos, centrada en las parejas que comienzan una vida juntos con todas las fuerzas medioambientales en contra.
El texto original del novelista Ian McEwan (quien firma también el guion) estaba compuesto de sutiles rasgos dramáticos, ejecutados con la sobriedad minimalista de un autor cuyas tramas dejan espacio de profundidad a las ondas apaciguadoras del mutismo colectivo.
Una cualidad que el cineasta Dominic Cooke ha preservado a través de horizontes sabios en tristezas, y de secuencias hambrientas de las asunciones desamortizadoras de las eternidades amatorias. En ese universo, conjuntado por paseos interminables en busca de respuestas con las que tranquilizar la arritmia cardiaca de las realidades hirientes, es en el que Saoirse Ronan y Billy Howle (Dunkerque) defienden la vulnerable piel de Florence y de Edward Mayhew.
SAOIRSE RONAN Y SU CELO POR LAS BUENAS HISTORIAS
La trama central de En la playa de Chesil toca con precisión milimétrica los avatares de un par de veinteañeros, que deciden probar suerte en la aventura del amor pese a los condicionantes sociales. Ella, Florence, es una dama de la clase media alta; mientras que él, Edward, pertenece al vulgo carente de la demandada alcurnia.
Ambos se conocen en la Inglaterra de 1962, cuando la lucha por la transformación del sentir poblacional comenzaba a hacer avanzar -a pequeños pasos- la consecución de una mayor igualdad social. Sin embargo, en el momento en que los protagonistas pasan por el altar, el país isleño aún se movía por los intereses creados, y por la procedencia genética y sanguínea de los aspirantes al matrimonio.
Razón o sentimiento, pasión o lógica, impulsos sinceros o acomodo existencial… Estas son algunas de las coordenadas por las que transitan los cuidados diálogos y silencios de En la playa de Chesil. Un decorado multiforme de gestos y palabras, en el que Saoirse Ronan y Billy Howle dotan de verosimilitud humana a un par de personajes modelados a partir de un puñado de esperanzas visibles, capaces de no amortajar la pasión de manera prematura.
Cooke ralentiza el relato voluntariamente, para reflexionar sobre la motivaciones que llevan a Florence y a Edward a desafiar a sus amigos y familiares, simplemente con el objetivo de descubrir si es posible cerrar los ojos ante los condicionantes del entorno.
Un aislamiento que es más sublime con el rumor de las olas, perdidos en la inmensidad de la playa de la conciencia, bautizada en esta ocasión como Chesil Beach.
Nota.- En la playa de Chesil llega este viernes a las salas españolas.
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https://www.OnChesilBeachMovie.com