El próximo 13 de noviembre se cumplirá medio centenar años desde el día en que el mejor violonchelista español del siglo XX se sentó en la Casa Blanca, para deleitar los oídos del entonces Presidente de USA -el mítico John Fitzgerald Kennedy-; aparte de los pabellones auditivos del Gobernador de Puerto Rico, Luis Muñoz Marín. Los tonos lastimeros y abiertamente naturalistas del instrumento del artista catalán silenciaron durante un tiempo limitado los timbres de los atronadores teléfonos, en uno de los edificios del planeta donde más se puede respirar el aroma del poder, de la ambición desmedida y de la insistencia en manejar el destino de un globo terráqueo incontrolable, además de rebelde de por sí.
Esta noche, a partir de las 20:30 horas, el Palau de la Música de la urbe de Barcelona rendirá un sentido homenaje a la mencionada cita sinfónica entre el compositor y el mandatario, entre el hacedor de notas y el líder de la entonces democracia made in EE. UU. El director de orquesta Salvador Brotons se unirá en la velada de memorística trascendencia a los sones melancólicos y rotos del violonchelo de Miklós Perényi, el sereno piano de András Schiff, el nervioso violín de Yuuko Shiokawa y los timbres sonoros -templados con el acero del ordenamiento táctico- del joven coro del orfeón catalán. El repasado conjunto de intérpretes darán cuerpo y sutileza a las piezas del artista de madre puertorriqueña, un recuerdo vivo de exacerbadas sensaciones que acercarán a los asistentes a la grandeza del autor del Himno de la Paz, y lo harán con el inestimable patrocinio de la Fundación Pau Casals.
La figura de ese señor catalán, de planta frágil y agilidad en la mirada, trascendió fronteras en pos de la perfección, acuñada por la caja de resonancia de su violonchelo. Pau Carles Salvador Casals i Defilló (El Vendrell, Cataluña, 1876- Puerto Rico, USA, 1973) fue durante toda su existencia un continuo explorador de las posibilidades del instrumento de cuerda al que había entregado la totalidad de su pasión creativa. Desde sus inicios como pupilo de los grandes Víctor Mirecki y Jesús Monasterio, el joven Casals se distinguió por procurar alejar su producción de las rigideces decimonónicas precedentes; en un intento declarado por asimilar gamas melódicas nunca antes expresadas por los ecos lastimeros de un violonchelo.
Él fue uno de los primeros en reivindicar la maestría de las suites de Johann Sebastian Bach, que el español grabó entre 1936 y 1939; inmerso como estaba en una reivindicación constante a favor de la libertad absoluta de encorsetamientos, en el asunto de dar la palabra a su socio de aventuras: el hermano mayor del violín.
Hombre comprometido también, como personaje célebre e internacional que era, con la necesidad de reclamar la paz y el fin de las dictaduras y los regímenes castradores; el vástago del igualmente músico Carles Casals i Ribes nunca ocultó su oposición al franquismo; exiliándose voluntariamente del país, sin por ello olvidar las frustraciones a las que se veían sometidos los combatientes contra el vencedor bando nacionalista, en su tierra natal. Pese a la distancia, don Pau tuvo en mente, en cada acto que participaba, la falta de libertades en su cuna de origen; algo que denunció constantemente con su música y en momentos clave de su reconocimiento internacional, como cuando compuso el Himno de las Naciones Unidas o fue nominado para el Premio Nobel de la Paz.
Seguramente, cuando el presidente Kennedy le concedió en 1963 la Medalla de la Libertad de Estados Unidos, el cerebro sensible de Casals estaba prendido de ese barrio del Vendrell, y de los paisajes catalanes que se hallaban dominados por los dictados del autoproclamado Caudillo. Ante tal hecho, el autor español solamente pudo luchar en la retaguardia a través de sus excelsos cuadernos de pentagramas y sus inmortales actuaciones, entre las que destaca -por la hondura de su expresividad nostálgica y terruña– la impresionante Cant dels Ocells (El canto de los pájaros).
Pau Casals murió de un ataque al corazón en 1973 en su casa de Puerto Rico, dos años antes de que Francisco Franco expirara su último suspiro en el Pardo. Sin embargo, los aires libertarios de su violonchelo resonaron en el momento preciso; acompañando los destinos de España, hasta el futuro y más allá…
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