Duran Duran siempre han sido una formación a la que le ha gustado argumentar cada uno de los dieciséis álbumes que conforman su discografía.
Como pequeños largometrajes videoclipados en formato sonoro, las composiciones del grupo liderado por Simon Le Bon destilan tramas que resultan atractivas para sus seguidores, y que remiten a atmósferas cinematográficas de calado taquillero. A nadie le escapan las conexiones entre En busca del arca perdida y el tema The Union of the Snake, o los senderos apocalípticos que enganchan la saga de Mad Max con la canción Wild Boys. Una fórmula que alcanzó su máxima expresión con A View to a Kill: una de las songs más famosas de las películas de James Bond, que dio título al film en el que esta fue incluida.
Dentro de semejante mosaico de fotogramas figurados, Danse Macabre (BMG Records) no es una excepción a la regla. Desde el primer corte al último, en este disco se percibe una intención clara por guiar a los oyentes a través de una fiesta dionisiaca y lujuriosa, que encaja a la perfección en las movies del género slasher: cintas de sustos palomiteros, que la población suele degustar con intensidad entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre (lapso nocturno conocido como Halloween).
Precisamente, Le Bon ha reconocido que el decimosexto trabajo del cuarteto británico surgió de un neurótica celebración de Halloween, ocurrida en un concierto en Las Vegas, el 31 de octubre de 2022.
Ese sentido de desmadre voluntario ha animado a Duran Duran a desprenderse de cualquier elemento reverencial o simplemente serio, para abandonar su sonido a una suerte de covers imaginativos y coloristas, entre los que se encuentra una versión discotequera de Paint it Black, de Rolling Stones; una adaptación funky de Supernature, de Cerrone; y un acercamiento peculiar y desconcertante hacia las estrofas sentidas de Bury a Friend, de Billie Ellish.
DURAN DURAN INTRODUCEN UNA MISCELANEA DE RITMOS Y ESTILOS, QUE DIBUJAN ATMÓSFERAS ESPECTRALES Y ATRAYENTES
La fotografía de la portada de Danse Macabre muestra una sesión de espiritismo a lo Roxy Music, con una pareja asustada ante lo que acontece frente a sus ojos. Una imagen velada y en blanco y negro, que para nada refleja lo que esconden los surcos vertiginosos y cegadores del álbum.
Pese a los compases en la línea etérea de Ultravox, presentes en Night Boat (tema recuperado de una cara B de Duran Duran grabada inicialmente en 1981), Simon Le Bon y sus colegas pronto abandonan el aura esotérica, para embarcarse en una batería de canciones aleccionadas por teclados enérgicos, letras dramatizadas hasta en los coros, percusiones de diseño ultramoderno y tonalidades reminiscentes de la época dorada del technopop.
Un laberinto de trovas apremiadas por el timbre inconfundible y distorsionador de Le Bon, que combina con precisión sus altos y bajos con colaboradores tan prestigiosos como el guitarrista Nile Rodgers y la bajista italiana Victoria De Angelis, componente de los eurovisivos Måneskin.
Resulta sorprendente toparse con los autores de Ordinary World y The Reflex emulando a “sus satánicas majestades del rock”, a través de un hit tan contundente como Paint it Black; o calibrando los acordes enloquecedores de Psycho Killer, de Talking Heads. Sin embargo, de eso va Danse Macabre: de marcar el travestismo selecto que camufla las huellas de Duran Duran, para afianzar una expansión sonora por encima de cualquier previsión relacionada con el cuarteto de Birmingham.
Seis versiones de otros artistas aparecen en el repertorio de este aquelarre enfebrecido, comandado por Simon Le Bon, Nick Rhodes, John Taylor y Roger Taylor. Un puñado de interpretaciones al que se une el rescate de antiguas songs de la banda New Wave, como la mencionada Night Boat, Secret Oktober 31st, Love Voudou y Super Lonely Freak. Este menú de trece temas confiere al disco un argumento de ultratumba, sellado con la lírica espiritualista de Confession in the Afterlife.
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