Parasite socializa la Palma de Oro

El filme, dirigido por el surcoreano Bong Joon-ho ("The Host"), versa sobre las desigualdades provocadas por el capitalismo salvaje.
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Parasite es una comedia negra, que pone en evidencia las relaciones humanas mediadas por el desigual estatus económico de los protagonistas

Parasite se coló el sábado por la noche en el palmarés de la 72 edición del Festival de Cine de Cannes con su discurso potente e imaginativo, sustentado sobre el universo de las desigualdades sociales.

La economía del siglo XXI, y el sangrante liberalismo deudor de las grandes fortunas, ha diseñado un planeta de extremos irreconciliables; en el que las tonalidades grises han perdido consistencia, merced a la preocupante desaparición de las clases medias y al empobrecimiento de los trabajadores.

Atendiendo a este análisis, la crisis del nuevo milenio ha ayudado a que los especuladores de los emporios monetarios hayan visto engrandecidas sus arcas en progresión geométrica, en injusta sincronía con la ruina del pueblo llano. Un sistema donde las clases menos determinantes en el reparto del capital han visto cómo la escasez amenazaba seriamente su estilo de vida, sin capacidad para resistir en un universo marcado por la inexistencia de oportunidades para subsistir dignamente.

Estos argumentos han prendido fuertemente en el pulso creativo del cineasta surcoreano Bong Joon-ho (Barking Dogs Never Bite), para elaborar el curso escénico de Gisaengchung (Parasite): la obra con la que se ha convertido en el primer director de esa nacionalidad en alzarse con la prestigiosa Palma de Oro.

Parasite muestra la realidad de muchas familias de Corea del Sur

La milimétrica exactitud con la que el responsable de la excelente The Host relata la extraña relación entre los Ki-tack y los Park provoca una explosión de reflexiones militantes -muchas de ellas al borde del delirio-, que aportan una notoriedad significativa a la historia coral que narra el filme.

Una capacidad dramática que sirve para mover las conciencias de los espectadores, mediante sus secuencias ralentizadas en el tiempo; y que ha sido determinante para que Alejandro González Iñárritu (Presidente del jurado en Cannes) eligiera como vencedora a esta oda dedicada al clasismo del tercer milenio.

PARASITE JUEGA EN EL TERRENO DE LAS EMOCIONES

Desde el comienzo de la película, Joon-ho opta por meter al público en un cosmos mediado por la angustia: la de una familia que ha sido castigada seriamente por la crisis económica, la cual debe incluso robar la conexión Wifi de sus vecinos.

El paro carcome las entrañas y el sueño de bienestar de Ki-tack, su esposa, y sus dos hijos. Sin embargo, una tímida luz se abre paso a través de las tinieblas existenciales y rutinarias.

Un día, Ki Woo (el hijo de Ki-tack) se hace amigo del vástago de los Park: un adinerado clan que pasa sus días en una imponente mansión, rodeado de lujos.

Inesperadamente, el depauperado Ki-tack  y sus parientes empiezan a trabajar para los poderosos Park, estableciendo una relación extraña de servidumbre y dependencia, en la que las fronteras están establecidas por el trato que ambas familias se dispensan mutuamente. En medio de este fuego cruzado, las ambiciones escondidas por las dos partes y la asfixia de un sistema social que es como una olla a presión toman el protagonismo absoluto de la trama, y lleva al relato hacia conclusiones sorpresivas.

Parasite diseña un escenario plagado de situaciones pintorescas

Algunos críticos asistentes a la proyección de Parasite, en Cannes, puntualizaron que el largometraje bien podría ser calificado artísticamente como una especie de Dowton Abbey y Arriba y abajo, aunque en suelo surcoreano. Sin embargo, el afilado humor con el que Bong Joon-ho nutre a la mayoría de las situaciones planteadas aleja un poco el mensaje de su película del esgrimido por las elegantes series citadas; y acerca su discurso a la ironía virulenta de movies como El sirviente (Joseph Losey, 1963).

 

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