Juli Mira, el actor que nunca quiso ser banquero

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Photo Credits: El Terrat

Entre las manos de un buen cómico de dramaturgias, los papeles pequeños pueden transformarse en documentos testimoniales con apariencia de verdades absolutas. Poco importa el tiempo del que gocen en la trama general las aportaciones de estos escultores de la ficción, ya que las tripas de los hombres y mujeres de los libretos quedan al descubierto cuando uno de ellos moldea el personaje que la ha caído en suerte. Incluso, si la interpretación constara de una simple mirada desnuda y sincera, un trabajador con aroma a lavanda de escenario sería capaz de transmitir, a través de tan sólo unas décimas de segundo, un completo arcoíris de sensaciones, especialmente diseñado para el público receptor. Juli Mira (Alcoy, 1949) es uno de estos privilegiados con armadura engrasada mediante emociones: un señor de las tablas que siempre suele llegar al límite sin redes protectoras, encaramado a un oficio que ha amado desde su primera juventud.

Photo Credits: TV3

Pese a que no pudo dedicarse por entero a la ilustre ocupación de Francisco Rabal y Fernando Fernán-Gómez hasta cumplir los treinta y nueve años (antes estuvo, por cuestiones de la vida, dos décadas en un banco de su ciudad), Juli ha sabido ganar el terreno perdido en la espera; y lo ha hecho con la rapidez y la constancia de los espíritus hambrientos de bambalinas y camerinos.

Photo Credits: Juli Mira

Voz y sentimiento

La inexistencia de datos públicos relativos a sus bolos amateurs (que los hizo subido, entre otras plazas, a las tablas del prestigioso teatro alcoyano La Cazuela) provoca que sea La portentosa vida del pare Vicent (Carles Mira, 1978) el título inaugural en el currículo del valenciano, un historial que pronto fue creciendo en categoría y versatilidad. Tarea que el intérprete alicantino acometió con destreza y disciplina, a partir del cargo de doblador que obtuvo en 1989 (cuando fue contratado por los estudios en la cita materia correspondientes al recientemente desaparecido Canal Nou).

Como el padre de Jaime Gil de Biedma, en “El cónsul de Sodoma”

Allí, en las alforjas verbales del canal autonómico valenciano, Mira se topó con las técnicas de las estrellas más polivalentes, almas inmortales de un Hollywood de campanillas doradas y estelas de enciclopedia. Y así, mientras ponía el timbre traductor a gente como Marlo Brando, el vecino de Vicente Blasco Ibáñez comenzó a forjar -con herraduras autodidactas- su carrera como actor profesional.

Quizá sea su entrañable encarnación del tío Ramonet, en Gràcies per la propina (Francesc Bellmunt, 1997) uno de los pilares que sustentó su crédito como un rostro de presencias cercanas, de las que conmueven y enrabietan a las audiencias a gusto del director, de las que en cada escena procuran ofrecer la electricidad sensible de un arte consistente en la verosimilitud.

Tramontana (Carlos Pérez Ferré, 1991), Los años bárbaros (Fernando Colomo, 1998), Entre las piernas (Manuel Gómez Pereira, 1999), El mar (Agustí Villaronga, 2000), El harén de Aníbal (Enric Navarro, 2002), Rojo intenso (Javier Ellorrieta, 2006), Las voces de la noche (Salvador García Ruiz, 2003), La vida abismal (Ventura Pons, 2007), Eskalofrío (Isidro Ortiz, 2008), Enloquecidos (Juan Luis Iborra, 2008); y, por encima de las demás, La isla del holandés (Sigfrid Monleón, 2001) y El cónsul de Sodoma (Sigfrid Monleón, 2009)… Muchas han sido las pieles cinematográficas por las que el paisano de Camilo Sesto ha dialogado con la fantasía. Epidermis cambiante que el mediterráneo también ha lucido en televisión, caracterizaciones esparcidas por seriales tan conocidos como Hospital central; Arroz y tartana;Cartas a Sorolla; 23-F: El día más difícil del Rey; o la existencialista Cuéntame cómo pasó.

Aunque, tal vez, sea en el vivo y el directo del teatro donde Juli exponga mejor su coreografía precisa y sincrónica de voz e imagen, de vulnerabilidad y talento, de desgarro y maestría adquirida. En esas tesituras, el colega gremial del igualmente valenciano Antonio Ferrandis ha dejado una huella singular, que bien puede sintetizarse en dos montajes de los que hielan la retina y enrojecen las palmas. Uno de ellos es sin duda el de El Rey Lear, de William Shakespeare, que escenificó Gerardo Vera en Madrid, durante la temporada 2007-2008. Amparado en una adaptación del genial Juan Mayorga, el inolvidable Juanjo Casellas Marcos del serial La Riera dio la réplica al protagonista (Alfredo Alcón) en la parte del conde de Gloucester (vasallo nobiliario con naturaleza visionaria, que acompaña al monarca maltratado por el amor no correspondido). Mientras que el otro tiene a Valle-Inclán como motor sustancial. En concreto, se trata de la escenificación de Las Comedias bárbaras que versionó Bigas Luna, en 2003 (y que participó en la Bienal de Valencia). Mira estuvo entre los noventa actores que bailaron orgiásticamente sobre la bestial decadencia de don Manuel (Juan Luis Galiardo), dentro de una obra que levantó espolones en la censura conservadora, y que sumió a la escena española en una atmósfera de libertad necesaria y aleccionadora.

Photo Credits: Teatro Español

 

 

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