Jeanne Moreau, adiós a la musa de la Nouvelle Vague

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Jeanne Moreau fue encontrada muerta en su domicilio parisino en la mañana del 31 de julio, cuando la encargada de la limpieza entró para realizar sus tareas cotidianas.

La actriz de 89 años era considerada como la Bette Davis de Francia, y fue agasajada por directores del calibre de Louis Malle, Orson Welles y François Truffaut.

Entre la mejores interpretaciones de Madame Moreau se encuentran sus caracterizaciones para filmes tan míticos como Campanadas a medianoche, Jules y Jim, Ascensor para el cadalso, Diario de una camarera y El proceso.

Jeanne Moreau (en la imagen) siempre destacó por la energía con la que afrontaba todos sus trabajos

La historia del arte dramático y la interpretación en Francia tienen en Jeanne Moreau uno de sus pilares más significativos. Con su escaso 1,60 de estatura y su voz grave como pocas, la actriz parisina consiguió brillar con luz propia en cada uno de los papeles que cayeron en sus manos.

A través del porte agrietado por la acidez de la sabiduría creativa de la directora, actriz, productora y cantante, Julie Kohler asesinó a sus maridos con dosis de leyendas clásicas (en La novia vestida de negro, de François Truffaut, 1968); Doll Tarsheet inyectó sulfuro en el comportamiento de Falstaff (en Campanadas a medianoche, de Orson Welles, 1965); Céléstine imprimió la culpa criminal en el cuerpo de su amante desfogado (en Diario de una camarera, de Luis Buñuel, 1965); Florence Carala exprimió angustia atormentada (en Ascensor para el cadalso, de Louis Malle, en 1958); y Catherine enamoró los oídos de los espectadores con los acordes de Le Tourbillon (en Jules y Jim, de François Truffaut, 1962).

Hasta hace escasos años antes de su triste fallecimiento, Moreau se mantuvo al pie del cañón frente a una cámara; siendo uno de sus últimos trabajos el efectuado en la serie Le Tourbillon de Jeanne, de 2013.

Con la marcha de este indiscutible icono de carne y hueso -esculpido con la pasión de las múltiples vidas disfrazadas con palabras y gestos-, el mundo de la Cultura pierde uno de esos talentos que no necesitan los premios ni los reconocimientos burocráticos para ganar la inmortalidad.

Tan solo hace falta recordar su rostro en obras de eterno curso visual, como El proceso (Orson Welles, 1962) y Diálogo de carmelitas (Philippe Agostini y Raymond Leopold Bruckberger, 1960).

Porque la carrera de Jeanne Moreau está moldeada con el sentir inconsciente de la cinematografía aliada con la genialidad, y de la dramaturgia más impactante del siglo XX.

Jeanne Moreau ejerció una hipnótica fascinación en todos los directores con los que colaboró
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