Jane Campion sorprendió al público y a la crítica en 1993, cuando presentó ante el mundo la brillante película titulada El piano.
Sin alardes ajenos al mero mecanismo artístico, y amparada en un paisajismo agresivo y misterioso, la directora de Wellington elaboró un film inolvidable, de atmósferas opresivas, interpretaciones sobresalientes, y una banda sonora de acordes legendarios y apasionados (compuesta por el británico Michael Nyman). Sin embargo, desde entonces, Campion no ha rozado siquiera las altas cotas creativas de la citada movie; y eso que Bright Star (su último largometraje, cuya historia narraba la relación amorosa entre el poeta John Keats y Fanny Brawne) mostró algunas de las virtudes que habían convertido a Jane en una de las directoras más importantes de ascendencia oceánica.
JC ha tardado más de una década en regresar al séptimo arte, y lo hace con un argumento que pervive en el terreno preferido de la creadora isleña: el conformado por triángulos sexuales cargados de violencia y agresividad, mediados por el pertinaz análisis del tono intimista que tanto le gusta practicar a la creadora neozelandesa.
The Power of the Dog es el título de esta esperada obra. Una pieza de orfebrería humana a base de fotogramas engarzados, en la que la directora isleña expone la relación a lo Caín y Abel de dos hombres atrapados en una propiedad que transpira odio, y a los que les explota en las entrañas la llegada de una mujer proveniente del exterior.
Campion escenifica la novela homónima del escritor norteamericano Thomas Savage: un autor obsesionado con el lejano y solitario Oeste, que concibió su texto como una especie de introspección en la enfermiza consanguineidad inmortalizada en obras como Al Este del Edén, de John Steinbeck.
Tales páginas y párrafos de Savage, redactados en 1967, inspiran a la responsable de Holy Smoke para diseñar una crónica ácida y desgarradora, que la oceánica traslada a la zona sureña de Otago y a la ciudad de Dunedin, en Nueva Zelanda; en vez de las extensiones de Montana, donde se desarrollan los abismos pasionales de la novela original.
JANE CAMPION NO HA PERDIDO EL INSTINTO
Aunque ha tenido que esperar más de un lustro en conseguir el visto bueno para poner en marcha el rodaje de The Power of the Dog, ese tiempo parece haber ayudado a la mente de Campion para fermentar convenientemente una trama que necesitaba la calma de los análisis asfixiantes, metódicos e impulsivos. Y eso que debió prescindir de los actores Elisabeth Moss y Paul Dano, cuando el proyecto empezó a tomar forma.
No obstante, la creadora de Wellington no se vino abajo frente a las adversidades, y sustituyó sin problemas y con premura a las estrellas mencionadas, por los no menos efectivos Kirsten Dunst (Melancolía) y Jesse Plemons (Noche de juegos). Unos cambios obligados, ante los que la productora Netflix no puso reparos; ya que la película aún conservaba al intérprete principal: el británico Benedict Cumberbatch (Descifrando Enigma).
Dunst, Plemons y Cumberbatch son los encargados de dotar de físico, contundencia y verosimilitud al triángulo amoroso protagonista. Unos personajes que componen el vicioso, sádico y manipulador Phil Burbank (Cumberbatch); el ingenuo y sensible George Burbank (Plemons); y la bella y seductora Rose (Dunst).
Con este terceto de seres autodestructivos, la acción entra de lleno en los problemas de convivencia de los hermanos Burbank: dueños de un extenso rancho. Un día, George contrae matrimonio inesperadamente, con la impactante y caprichosa Rose; pero Phil no acepta la unión. Tales sentimientos contrarios a la felicidad familiar de su hermano animan a Phil a conquistar a la esposa de su brother, para planear la aniquilación del reciente amor conyugal.
Este argumento, de claras resonancias bíblicas, sirve a Campion para explorar los límites de la cordura de los citados personajes, quienes se encuentran sometidos a la crueldad de un paisaje desolador y opresivo.
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