David Gilmour presenta Rattle That Lock (Columbia Records): un trabajo a diez cortes, donde subyace el espíritu de Los paraísos perdidos de Milton. Con motivo de la edición de este álbum, el que fuera fundador de Pink Floyd actuará los próximos 2 y 3 de octubre en el Royal Albert Hall de Londres.
Durante este 2015, la inspiración parece tener alojamiento permanente en el pentagrama del mítico guitarrista de The Wall. En pocos meses, las cuerdas que inspiraron el hilo musical de On An Island han engrosado el currículo del trovador británico tanto a nivel individual como colectivo. A principios de año, The Endless River devolvió a la actualidad de las grabaciones inéditas a la irrepetible banda Pink Floyd, con David Gilmour en calidad de líder destacado tras la deserción del mediático Roger Waters. Y ahora -coincidiendo con los calambres del otoño-, el músico de Cambridge pone en el mercado la que es su cuarta obra en solitario: Rattle That Lock (Columbia Records).
Lejos de las contorsiones celtas y de los experimentos de folk terruño propios de algunos de sus trabajos anteriores, los diez cortes de este esperado CD licuan su savia a través de un grupo de melodías herederas de históricos vinilos, como The Dark Side Of The Moon y The Division Bell. Líricas ejecutadas con el misterio de los grandes hechiceros del rock, en las que es posible atisbar el profundo telón de fondo de textos imperecederos del talante de Los paraísos perdidos, de John Milton.
DAVID GILMOUR Y SUS PUNTEOS ELÉCTRICOS
Rattle That Lock es ante todo un compacto sincero y gratificante, en el que cualquier corte goza de un protagonismo poético y esclarecedor. Así está planificado desde los acordes iniciales, con el envolvente 5 A.M.; y continúa -cual danza erótica en los salones de Herodes– a través de las notas privilegiadas del tema que da título al álbum, y de los versos tridimensionales de Faces of Stone.
Gilmour eleva su atalaya artística con arquitectos de heterogéneos orígenes, como su esposa y novelista Polly Samson, el compositor francés Michaël Boumendil, The Liberty Choir, y los cantantes Mica Paris y Louise Marshall. Un convite de talentos diversos a los que el miembro destacado de Pink Floyd les otorga el estrellato de la idoneidad, crecidos con las líricas iluminadas de este creador políglota.
Los mensajes de Rattle That Lock son como dardos clavados en la conciencia del oyente, mientras los llantos de las Feder Stratocasters y de las Gibson Les Paul anuncian las elegías fúnebres de los rapsodas, maquilladas por las existencias renacentistas.
Tales pinceladas diseñan la atmósfera nebulosa que empapa la decena de tracks, y que Gilmour ambienta con la escenificación vía iPhone de los vaporosos ruidos robados al viento en la estación de tren de Aix-en-Provence, a los que suma los murmullos acuosos de su estudio flotante.
Semejante cúmulo de insinuaciones queda embutido a la perfección en un CD al que se le nota la esmerada puesta a punto de Phil Manzanera (el ex de Roxy Music), y el alicatado técnico de Andy Jackson y Damon Iddins.
Si hubiera que elegir un denominador común para este cuatro disco en solitario de DG, este podría ser identificado con la habilidad del inglés para visualizar paisajes inexistentes: cargados surco a surco con los sentidos instrumentales de un virtuoso de las sugerencias, continuamente más allá de los corsés castradores de la fantasía.
David Gilmour pinta con sus melodías un mundo especial para su Alicia en el país de las maravillas. Aunque, en esta ocasión, el figurado conejo blanco del cuento de Lewis Carroll escape a las persecuciones físicas; ya que solo deja constancia de su vitalidad a través de los lamentos metálicos que exhala.
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