David Lynch, el inventor de pesadillas

David Lynch, el inventor de pesadillas

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David Lynch
David Lynch, el responsable de “El hombre elefante”, falleció el pasado 15 de enero.

David Lynch siempre fue un director difícil de catalogar, al que le gustaba mostrar inquietantes abismos psicológicos, transformados en fotogramas de barroquismo agresivo e impactante.

El pasado como pintor del cineasta estadounidense le hizo sustentar una sólida revolución -individualizada e íntegramente estética- en la narrativa audiovisual, asociada a su continua obsesión por explotar una voluntaria irracionalidad, vertida en las páginas de sus sorprendentes guiones. Una fórmula que Lynch aplicó a lo largo de su desconcertante currículo detrás de las cámaras, siempre ansioso por explorar caminos intransitados de surrealismo escénico, que proyectó sobre multitud de pantallas de dimensiones considerables.

La muerte el pasado 15 de enero del responsable de El hombre elefante (una de sus obras más laureadas y perfectas en su concepción y dramatismo) priva al séptimo arte de un creador de indudable talento para el simbolismo existencial; el cual supo mantenerse fiel a sus principios profesionales, sin vender sus virtudes estilísticas a la mercadotecnia apabullante de un Hollywood en eterna búsqueda de blockbuster capaces de reventar las taquillas planetarias.

Desde sus inicios como director, David Keith Lynch definió con inteligencia sus coordenadas primordiales a la hora de elaborar films. ideario que bosquejó con elocuencia e ingenio en su cinta de debut: la enigmática y asfixiante Cabeza borradora (1977). Un trabajo de naturaleza delirante, que marcó el arranque de los laberintos diabólicos y kafkianos del cineasta estadounidense.

David Lynch
David Lynch se dio a conocer como cineasta con “Cabeza borradora”.

Tras este largometraje en blanco y negro, el creador nacido en Montana asumió la dirección de El hombre elefante (1980): una película de enorme carga melodramática, basada en la vida de John Merrick (artista británico de la segunda mitad del siglo XIX, aquejado de graves deformaciones físicas). La profunda fotografía de Freddie Francis y las brillantes interpretaciones de John Hurt (Merrick) y Anthony Hopkins (doctor Frederick Trevers) ayudaron a que la movie se convirtiera en un éxito de crítica y público, recompensado con  ocho nominaciones a los premios Oscar, en 1981.

DAVID LYNCH DESARROLLÓ UNA CARRERA ALEJADA DEL TRIUNFALISMO MERCADOTÉCNICO DE HOLLYWOOD

El hombre elefante permitió a DL apuntalar sus credenciales en la industria de la Meca del Cine, aunque él siempre se sintió más cómodo alejado de las grandes producciones con presupuestos elevados. Así, dentro de la singular y holgada catalogación del cine independiente, los largometrajes posteriores de Lynch se empeñaron en deformar la realidad con un sentido malsano y psicótico, mediante atmósferas malignas y fáusticas que desplegaban sus tentáculos sutiles sobre las diferentes tramas.

Estas sensaciones de signo amenazante están muy presentes en tres de las creaciones más extremas del también músico: Terciopelo azul (1986), Corazón salvaje (1990) y Mullholland Drive (2001). Semejante trilogía de comportamientos agresivos y situaciones sanguinolentas marcó la carrera de David Lynch, con el sello legendario de las pesadillas inolvidables; algo que el cineasta volvió a concitar con su obra más mediática: la serie de televisión Twin Peaks, emitida por el canal estadounidense ABC, entre 1990 y 1991.

David Lynch
David Lynch descargó en “Twin Peaks” la mayor parte de sus obsesiones.

Este viaje a los infiernos de un asesinato ritualista, inspirado ligeramente en el hipnótico film titulado Laura (Otto Preminger, 1944), prendió hondo en la psique de DL, y le mantuvo preso de su hechizo hasta prácticamente el final de su carrera.

Las continuas regresiones al universo de Twin Peaks dejaron sin pilares artísticos al cine del maestro estadounidense, quien únicamente se alejó del mítico fantasma de Laura Palmer y del confuso agente Cooper al grabar la deslumbrante movie Mullholland Drive, la pervertida trama de Carretera perdida (1997), la bella y nostálgica Una historia verdadera (1999) y la desquiciada y psicodélica Inland Empire (2006).

Dentro de la trayectoria de David Lynch, la única concesión clara a la industria mastodóntica de Hollywood la supuso la adaptación fallida de Dune (1984): una cinta de ambiciones desmesuradas, que mostró las debilidades de una ciencia ficción artificial y carente del misterio filosófico que sí ofrecían las novelas originales de Frank Herbert.

Con la muerte del responsable de Una historia verdadera (demoledor retrato de la soledad y los vínculos familiares, ante una muerte programada), el cine pierde a un creador que se empeñó durante décadas a hallar una esencia alternativa y particular al invento de los hermanos Lumière.

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