Darío de Regoyos instala sus obras hasta el 1 de junio en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, con motivo de los cien años de su fallecimiento.
La Alhambra de Granada explosionó con bombas de color sus contrafuertes de cimitarras; todo en sincronía artística con los paseos nocturnos de miliñaques bamboleantes, en busca del amor galante por el paseo marítimo de La Concha de San Sebastián. Mural de teselas vivenciales donde la España más oscura y ancestral asomaba su quijada desdentada, sólo para desgarrar las retinas de los incautos.
Estas láminas, y muchas otras, conformaron la paleta lumínica de Darío de Regoyos y Valdés (Ribadesella, Asturias, 1857- Barcelona, 1913), un soñador de paisajes reventados y rostros encanecidos por la psicología de la realidad, al que el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid (Paseo del Prado, 8) le dedica una amplia muestra procedente del Museo de Bellas Artes de Bilbao.
DARÍO DE REGOYOS, EL PINTOR SILENCIADO POR LA GENIALIDAD
De espíritu incansable, el alumno aventajado de Carlos de Haes aunó en su pincel las cabriolas más experimentales de las vanguardias de finales del siglo XIX y principios del XX.
Durante esa época de estallidos continuos de evolución, el asturiano coincidió grupalmente con individuos de la sabia visual de Camille Pissarro, Claude Monet, Georges Seurat, Paul Gaugin, Paul Cézanne y Vincent van Gogh.
Un crecimiento a escala mundial que De Regoyos efectuó subido a las alas de corrientes tan determinantes como L’Essor y Los XX. Calor de chimenea regia que vistió el caballete del artista con azules desafiantes, rojos cegadores, amarillos derretidos, y ocres de imperios perdidos en la inmensidad del tiempo.
Es precisamente esa etapa, coincidente con el Impresionismo de tralla deconstructivista, la que acapara el eje central de la exhibición preparada por el experto Juan San Nicolás.
Una exposición de espejos peregrinos en la que se atisba la indispensable huella en la plástica española de este nómada del norte, quien tuvo la desgracia de competir en afectos galerísticos con nombres del tonelaje de Zuloaga y Sorolla.
LA VENTANA ABIERTA AL MUNDO DE DARÍO DE REGOYOS
Vista con una distancia de más de una centuria, la obra en conjunto del nacido en Ribadesella yergue su tronío como un catálogo de sensaciones imperecederas, quintaesencia de una forma sobrehumana de naturalismo.
Así lo atestiguan sus ríos cantores, sus campos en los que se intuye el sonido del viento, sus caserones edificados con el misterio de la privacidad obligada, y sus caminos surcados por sandalias de viandantes sedientos de crónicas no verbalizadas.
Los cuadros de Darío de Regoyos levantan su discurso como testimonios sinceros de un siglo en decadencia, de una época de crímenes y conductas psicopáticas, alentada por una España en constante cambio… ora monárquica… ora republicana… ora dictatorial… ora golpista…
Puntillista, simbólico y hasta telúrico, el estudiante de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se reveló como un hombre identificado con las convulsiones a golpe de atelier, siempre pendiente de dotar a sus imágenes del magnetismo de la verosimilitud.
Una labor intensa y absorbente que llenó sus horas de bastidores y aceites, y que hasta el 1 de junio compartirá comunidad vecinal con una acera enfrentada al Museo del Prado, donde cuelga lo mejor de Goya; Velázquez; Zurbarán; Murillo…
Más información, entradas y horarios en http://www.museothyssen.org