Napoleón espoleó la fantasía de los caricaturistas del Reino Unido, durante los lustros en los que conquistó Europa. Un tiempo de láminas humorísticas que recuerda el British Museum londinense hasta el próximo 16 de agosto, en la exposición Bonaparte and the British.
El barro de Waterloo estaba cubierto de sangre hace doscientos años. El 22 de junio se cumplirán dos siglos de la batalla con la que se dio por concluido el llamado imperio de los Cien Días, breve periodo con el que Napoleón Bonaparte intentó recuperar el poder continental, perdido en 1814.
Ríos de tinta se imprimieron en esa década de luchas constantes, sobre los pasos del otrora joven cónsul del país revolucionario con la enseña tricolor. Páginas surcadas de ironías palpitantes, sátiras inteligentes y humor poliédrico, que ahora ocupan la sala 90 del British Museum, en la exposición titulada Bonaparte and the British: Prints and Propaganda in the Age of Napoleon.
NAPOLEÓN A LOS OJOS DE LOS CARICATURISTAS
Desde que William Hogarth (Londres, 1697- 1764) elevara los dibujos satíricos a la altura de las obras de arte nutridas por el exceso y la picaresca, el arte de los apuntes humorísticos desarrollado en Gran Bretaña siempre se ha caracterizado por un fino sentido de la ironía y la mordacidad. Y con esas líneas, los caricaturistas isleños crearon auténticas joyas de la provocación enemiga, en conflictos que bien podrían extenderse hasta la Segunda Guerra Mundial (muy conocidas son las viñetas alusivas a los tics más ridículos de Adolf Hitler).
Esa facilidad para hundir el escalpelo analítico en la realidad, centrado sobre todo en buscar y concretar con gracia los defectos de los personajes más relevantes del momento, tuvo especial reflejo en la visión orquestada por los herederos de Hogarth: hombres a caballo entre el XVIII y el XIX, que dotaron de imperfecciones la imagen del belicoso gobernante nacido en Ajaccio.
Entre las piezas rescatadas dentro de la amplia colección del British Museum destacan las escenas estratégicamente elaboradas por James Gillray, las estampas chirriantes de Thomas Rowlandson, las imágenes inspiradas de Richard Newton y los decorados surrealistas de George Cruikshank.
Bajo el diálogo planteado por artistas como los citados, y a modo de la página enorme y variada de un rotativo, el espacio destinado por la institución capitalina para Prints and Propaganda in the Age of Napoleon muestra la progresión del mandatario corso, desde que era un general ambicioso de los ejércitos revolucionarios, hasta su extraña y prematura muerte (contaba solo cincuenta y dos años) ocurrida en la isla de Santa Elena.
Un laberinto de insinuaciones magistrales y textos mareantes, en el que los contenidos pasan de la exaltación de un militar de atractivo evidente, a la representación de un tipo de baja estatura con un apego obsesivo hacia el poder y la dominación planetaria.
Semejante argumento queda ampliamente reflejado por los cartones y las láminas firmados por un conjunto heterogéneo de creadores, dentro del que sobresalen las visiones radicales de Charles James Fox, Richard Brinsley Sheridan y Lord Holland (conjunto que refleja el patriotismo militante de la época en GBR, contrario a los ideales revolucionarios del imperio napoleónico).
Pero la exposición no se queda simplemente en la propaganda vertida a través de la imaginación británica, sino que también recoge amplios ejemplos de las sátiras diseñadas en Francia, Prusia y España.
Bonaparte and the British permite acercarse a la Historia con la retina cargada de distensión guerrera. Aventura de naturaleza desmitificadora en la que corren a salto de liebre la Batalla del Nilo, la Paz de Amiens, Austerlitz, Elba, Waterloo, Santa Elena… Y cuyo telón se encarga de bajar una reproducción de la máscara funeraria del hombre que dio al mundo uno de los códigos jurídicos más brillantes de la era contemporánea.
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