Tamara Rojo ha esperado bastante para desembarcar en el Teatro Real de Madrid como responsable artística (entre bastidores), aunque resulta atrayente que el espectáculo que la ha traído a la Villa y Corte haya sido un ballet tan hipnótico y polisémico como El lago de los cisnes.
Las dualidades oscuras y tenebrosas que surcan la partitura original de Piotr Ilich Chaikovski inflaman acrobacias mortuorias y románticas en cada uno de los cuatro actos de los que consta la obra, siempre embrujados por los hechizos fantasmales del siniestro mago que perturba la paz de los protagonistas.
Ese fundido de eternidades obligadas es entendido por el Ballet de San Francisco como un mecanismo para desarrollar un contexto onírico e infernal, en el que lucen con intensidad las doloridas posiciones de la compañía liderada por la viguesa Dorés André y el estadounidense Max Couthorn.
El Teatro Real acoge desde el próximo 15 de octubre, y hasta el 24 del mismo mes, un puñado de actuaciones motivadas por la necesidad de psicoanalizar la magia de los cuentos, y que adquieren con las contorsiones anatómicas sugeridas por Helgi Tomasson un lenguaje novedoso y estimulante, inspirado en las posibilidades libertarias que desplegó Chaikovski incluyó en su inmortal música de naturaleza mitológica.
Tomasson pone el foco en el famoso pas de deux, que tanto revuelo levantó en su estreno en el Moscú zarista, durante la segunda mitad del siglo XIX; y lo utiliza para proponer a los espectadores un viaje apasionante por las sombras a las que se enfrenta la angustiada Odette (tanto la humana, como el cisne blanco que encapsula su cuerpo a lo largo del día).
Un experimento que otorga una energía singular a la puesta en escena de El lago de los cisnes, donde la batuta de Martin West y la orquesta del Teatro Real ponen palabras sinfónicas a la joven princesa enamorada del aguerrido Sigfrido, quien anhela salvar a la bella dama de las garras del maquiavélico Rothbart.
TAMARA ROJO AVALA EL HIPNÓTICO UNIVERSO DEL CISNE NEGRO Y EL CISNE BLANCO CON UNA PUESTA EN ESCENA DE INSPIRACIÓN TENEBRISTA
En 2011, el cineasta Darren Aronowski se acercó -en el film Cisne negro– a los laberintos emocionales de una bailarina que tenía que encarnar a la protagonista de El lago de los cisnes. Natalie Portman expresó muy acertadamente las contradicciones psicológicas que conlleva meterse en las entrañas de un papel con tantas aristas existenciales, el cual lidia en todo momento contra la maldad que afecta sus días y sus noches.
La Odette de las representaciones que albergará el Teatro Real no presenta tantos abismos artísticos como el rol de Portman, pero sí desata los demonios de su rebeldía romántica, con la ayuda del instructor de danza Julio Bocca y el brillante vestuario diseñado por Jonathan Fenson.
La iluminación de Jennifer Tipton muestra cómo sería la pacífica contemplación de un cuadro de las bailarinas de Edgar Degas, sometida a los influjos desconcertantes de los paisajes de Legend (la película dirigida por Ridley Scott, en 1985). Una apuesta en la que Tamara Rojo incorpora su profunda visión del baile, unas veces esforzado e insinuante, y otras desafiante y aterrador.
El lago de los cisnes volverá a convertir el patio de butacas en un prado de mentes empeñadas en sincronizar la belleza y la sordidez, la bondad y las acciones más viles, el amor platónico y la insalvable herida de los engaños programáticos.
Nota: El Ballet de San Francisco estrenará El lago de los cisnes el próximo 15 de octubre, en el Teatro Real de Madrid.
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