Jean Dubuffet se sentiría extraño y un tanto reacio, ante cualquier texto que intentara explicar sus intenciones e impulsos creativos.
El fundador del Art Brut nunca fue un hombre amante de las corrientes creativas ni del academicismo; siendo más bien un declarado defensor de la pureza en sentido absoluto, carente de la pátina de artificio que generan los márgenes de los movimientos y las escuelas. De esta manera, la obra del artista francés escapa a catalogaciones precisas, y sus imágenes parecen burlarse de las miradas alienantes y supuestamente expertas, que pretenden encapsular sus líneas y contornos dentro de la indescifrable atomización enciclopédica.
El hombre occidental no representa un modelo válido de antopocentrismo para Dubuffet, y es la ingenuidad de los que viven bajo sus propios instintos o tradiciones existencialistas lo que cobra el auténtico protagonismo en cada uno de sus cuadros, dibujos, graffitis y esculturas.
Así se percibe nada más entrar en las salas que el IVAM ha destinado a exponer el elocuente trabajo de este revolucionario de los pinceles, nacido en la región de Haut (Francia). Un recorrido que el comisario de la muestra (titulada con acierto Un bárbaro en Europa) inaugura con la impactante pieza bautizada simplemente con el término Desnudus (1945), y que clava en la retina la figura de un individuo famélico, el cual invita a conocer a los seres anónimos y olvidados por la grandeza de los heroísmos falsamente inmortales.
En torno a 150 obras componen el laberinto propuesto por el analista Baptiste Brun. Un figurado mecano de colores enérgicos y fondos sensibles, en el que hay sitio para las pinturas, los maniquíes, los murales, las cuartillas y los objetos que presidieron el día a día del coetáneo de André Breton y Michel Tapié.
DUBUFFET SE REBELA CONTRA LOS CORSÉS DE LOS EXPERTOS
Una corriente de sarcasmo e ironía se cuela entre las esquinas interiores del IVAM, colgada a lomos de una heterodoxia salvaje. Con esa atmósfera, Dubuffet juzga la injustificable sobriedad de la plástica de su tiempo, con el apego a un primitivismo impostado de cartón piedra; y a un universo que tiende a excluir a los auténticos cerebros del arte (para él eran los enfermos mentales, los niños, los que no poseen título alguno de artística trascendencia, o los que predican desde los sabios y nobles atrios de lo naif).
Esta obsesión por explorar lo que no ha sido metabolizado por las sociedades de la modernidad le llevó a aglutinar una colección de trabajos de gente como Aloïse Corbaz, Adolf Woelfli, el congolés Albert Lubaki, las esculturas realizadas por Auguste Forestin en el psiquiátrico de Saint-Alban-sur-Limagnole, y el fontanero espiritualista Fleury Joseph Crépin (muchos de ellos, presentes en la exhibición del IVAM).
Tres envolventes y figuradas coordenadas dividen Un bárbaro en Europa. Por un lado está lo que Baptiste Brun ha nominado como La celebración del hombre común (auténtico leitmotiv de la cita). Luego se percibe la influencia del eje concebido como Un etnógrafo en acción. Y, por último, se establece el tema candente de Crítica a la Cultura. Bajos estos epígrafes de despliegue invisible es posible agrupar las creaciones de Dubuffet, que asoman ante la retina de los espectadores del IVAM ausentes de disposición cronológica; ya que el tiempo fue para el maestro del Art Brut un artificio más de la modernidad alienante, que vigila al individuo desde cualquier azotea del pensamiento.
Nota.- Jean Dubuffet. Un bárbaro en Europa estará en el IVAM hasta el próximo 16 de febrero de 2020.
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