Arata Isozaki, pasado y futuro

El veterano arquitecto japonés se alza con el prestigioso Premio Pritzker, debido sobre todo a la visión cosmopolita y comprometida con el entorno de los edificios que proyecta.
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Arata Isozaki (en la imagen) sigue en activo, desde su estudio internacional Arata Isozaki and Associates

Arata Isozaki es producto de una generación de artistas, arquitectos, escritores y creadores que tuvo que enfrentarse a un cambio de paradigma radical y determinante, que metamorfoseó ampliamente los conceptos sociales en las milenarias extensiones de Japón.

La Segunda Guerra Mundial, con la consiguiente derrota del imperio nipón, consolidó de manera absoluta algunos de los preceptos anticipados en la literatura de la restauración Meiji de finales del siglo XIX, consistentes en la apertura de los fenómenos culturales a los estilos provenientes del mundo occidental. Un posicionamiento que marcó en profundidad la fisonomía de ciudades como Tokio, Kioto, Yokohama y Osaka.

Arata Isozaki tenía solo trece años cuando finalizó oficialmente el citado conflicto bélico, pero su mente captó rápidamente ese proceso de confusión que experimentaron sus compatriotas; los cuales aún luchaban por liberarse del tradicionalismo dictatorial de antaño, que les sometía al abismo de entender el arte y sus manifestaciones bajo las estrictas consignas del poder fanático y localista de su comandante en jefe.

En medio de ese conglomerado de fuerzas entre el pasado, el presente y el futuro; el Movimiento Metabolista situó a Japón como uno de los países líderes dentro de un tipo de arquitectura que primaba la relación del espacio con el contexto existente, como si el inmueble ejerciera un papel específico y protagónico en el paraíso urbano, siempre en constante relación con el entorno.

Kenzo Tange (mentor de Isozaki) fue uno de los miembros más destacados de la citada corriente, y Arata Isozaki se convirtió desde sus inicios profesionales en uno de los seguidores más implicados con la idea de mezclar el tiempo y el espacio a través de las construcciones.

Arata Isozaki ha aunado con singular maestría tradición y desarrollo tecnológico

La concesión en la jornada de ayer del Premio Pritzker únicamente refrenda la importante aportación del responsable del Centro de Convenciones de Qatar al paisaje metropolitano del siglo XXI; apoyado en los elementos ilusorios y realistas de fachadas titánicas, y en habitaciones surgidas de las necesidades reclamadas por la propia construcción y los modos de vida de sus supuestos inquilinos.

ARATA ISOZAKI SIGUE EN PLENA VORÁGINE CREATIVA

El currículo del octogenario creador nacido en Oita bien podría resumirse en un eterno consumo y alternancia de calorías tradicionalistas y modernas.

De esa mixtura de trasfondo cultural emergieron las primeras arquitecturas pensadas por el nuevo ganador del Pritzker: sitios de particulares basamentos, que albergaban el intenso anhelo del autor por encontrar caminos expresivos acorde con la sociedad de su tiempo.

El riesgo de rendir un tributo excesivo a la tecnología, sin llenar el vacío provocado por la intoxicación iconográfica causada por el flujo agresivo de la ciencia en estado leve y artificial, hizo que los edificios diseñados por Isozaki no perdieran el norte, hipnotizados por la espectacularidad mediática y el simple deleite hedonista de los modernismos ajenos a la coherencia medioambiental.

Arata Isozaki dejó su huella en Barcelona, con edificios tan emblemáticos como el Palau Sant Jordi

La geometría impactante de la que suele hacer uso Isozaki en cada uno de sus proyectos tiene su mayor significancia escenográfica arropada por las reglas descritas, cuando es sometida al escrutinio y la naturaleza de la ciudad destinada a albergar las inspiraciones del arquitecto japonés. Una alternativa que muestra sus influencias activas en lo que el Renacimiento propugnaba en su época.

Bóvedas inmensas, esferas futuristas, o cubos que parecen levitar… Estas y otras estructuras sustentan los sueños levantados por AI a lo largo y ancho del planeta Tierra: inmuebles que convierten las fachadas en gigantescos espejos, donde los seres humanos del tercer milenio observan sus cambios progresivos.

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