En los escenarios pétreos de Emérita Augusta las mujeres no son de yeso o escayola; sino de mármol de canteras sudorosas, de alabastro cincelado por musculaturas dionisiacas y de roca acuosa surcada por terciopelos candentes. Esos son los materiales con los que comparecen ante el público cada año, como en un eterno juicio categórico de emociones diversas, damas helenas del talante de Fedra, Antígona o Electra. Precisamente, la última de las mencionadas es la protagonista, desde esta tarde noche y hasta el próximo 29 de julio, de la 58 edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida, que se celebra en la histórica ciudad de coros envolventes, azares imprecisos, castigos dictados desde el Olimpo y danzas en pos de engañar la violencia implícita en hombres y mujeres.
El texto de Eurípides (Salamina, 480 a. C.- Pello, 406 a. C.) bautizado con el sugerente nombre de Electra es el material con el que han trabajado José Carlos Plaza (director), Vicente Molina Foix (adaptador) y Jesús Cimarro (productor) para levantar una tragedia universal, en la que se concitan las pasiones más bajas, los crímenes más deleznables y las luchas intestinas por el poder regio.
El genial autor griego concibió la pieza entre el 417 y el 413 a. C., aunque el paso de las centurias no ha cubierto de polvo y obsolescencia las palabras escritas por el dramaturgo (uno de los más innovadores de la triada que conformó con Esquilo y Sófocles); ya que los engranajes que mueven a los personajes, y los avatares en los que se encuentran envueltos (sin voluntariedad aparente), resultan particularmente eternos, sin fechas de calendario ni épocas restrictivas, sin artrosis comprensiva ni anclajes sometidos a modas pasajeras.
“Electra es el vehículo conductor de la tradición, del pasado. Es un espacio natural sin accesorios, la pureza de la lealtad, la obsesión por la justicia sin paliativo. Tierra, agua, fuego y aire son los contenedores de esa energía que emana de la lealtad, del dolor, del rencor y del deseo de venganza”, explica Plaza, en la página web del certamen. Y esos elementos que cita el veterano escenógrafo son los que nutren el espíritu de la heroína a la que regaló palabras de condenación el responsable de Las troyanas; escamas verbales de la epidermis de una fémina amargada por las decisiones de otros, que busca su perdición movida por la irrazonable sed de odio.
Aunque existen otras versiones de Electra (mismamente hay un par generadas por Sófocles y Esquilo, aparte de las de, por ejemplo, Eugene O’Neill y Jean-Paul Sartre), la del artista alumbrado en Salamina se erige como especialmente moderna y humana. En ese aspecto, el creador se desmarcó de las normas habituales de sus coetáneos; y prescindió de la carga divina implícita en los acontecimientos descritos. Una novedad que el isleño enlazó con ideas realmente revolucionarias, como la de la disminución consciente de la importancia del coro.
Todos esos adelantos atesorados en la paleta de Eurípides dan una vitalidad sorprendente, y una energía desbordada, a cada uno de los segmentos de la obra; y enfocan el delirante drama de una muchacha que, tras la muerte de su progenitor (el rey Agamenón) a manos de la madre de la joven (Clitemnestra) y del amante de la susodicha (Egisto), intenta aguantar la existencia al lado de un marido al que no ama. Mientras los días pasan, la otrora princesa únicamente piensa en el momento en que pueda reclamar la justicia que se le ha negado. Una oportunidad que llama a su puerta cuando aparece Orestes, el hermano ausente de la aristocrática campesina.
El montaje de Plaza, elaborado con ardor y sentimiento, muestra un universo opresivo y continuamente amenazante, agrietado por un minimalismo devastador, y una iluminación que yergue su llama sobre las expresiones y los movimientos casi coreográficos de los actores; los cuales gritan su dolor y asfixia al público, que asiste supuestamente conmocionado ante unos sucesos realmente oscuros y desasosegantes.
Con el fin de alcanzar el éxtasis pretendido, el director ha confeccionado un reparto cuanto menos curioso, que cumple con creces las exigencias propuestas. De esta manera, Plaza concede el papel principal a una más que experta Ana Belén, quien –no obstante- llevaba algunas temporadas sin subirse a un escenario. A su lado, veteranos curtidos en mil batallas –como Julieta Serrano y Carlos Álvarez– dan empaque a un elenco en el que destaca la presencia de Fran Perea (intérprete famoso por sus apariciones televisivas, que está abriéndose paso en el mundillo teatral con roles de componente poliédrico).
Al final, cuando caiga el telón y los aplausos se expandan por las gradas inmemoriales de la urbe emeritense, Electra, Orestes, Agamenón, Ifigenia, Clitemnestra, Egisto y Pílades volverán a caminar con zancada segura hacia el abismo que ellos mismos se han construido. Un infierno que no está muy alejado de los tortuosos paisajes que envuelven a los ciudadanos de este siglo XXI; y eso a pesar de que telarañas arqueológicas separan, inexorablemente, a los habitantes de las antiguas polis de los individuos que pierden la visión en enclaves tecnológicos, códigos binarios y luces de neón, siempre tan caprichosas como los designios de los dioses paganos.
Más información, entradas y horarios en http://www.festivaldemerida.es