Leonardo Padura recibe el Princesa de Asturias por sus historias de rompeolas
Leonardo Padura releva a John Banville en la lista de galardonados con el premio Princesa de Asturias de las Letras. Una distinción que reconoce la labor del padre artístico del detective Mario Conde.

La noche eterna le llegó demasiado pronto a Reinaldo Arenas. El poeta cubano murió en su exilio neoyorquino en 1990, mientras sus versos levantaban huracanes de amargura en el malecón de La Habana.
Los libros del mencionado autor supuraban un fulgor de vena rota, de quimeras desoladas al más puro estilo de Luis Cernuda, de sueños agriados por las persecuciones del poder. Esos paisajes derruidos y portadores de colores opacos son los mismos que nutren la visión conceptual de Mario Conde: el detective estrella de los ochos volúmenes que le ha dedicado hasta el momento Leonardo Padura.

La noticia de la concesión del premio Princesa de Asturias de las Letras para el autor de Adiós Hemingway aporta ecos de recuerdos nostálgicos, de revoluciones selladas con el desencanto, de vidas somnolientas por los licores de la falta de libertades. Así se mira en el espejo de la creación la prosa caliente y caribeña de Padura: un hombre con traje de esperanzadas deshidratadas, que ha paseado con fiereza por la soga de las censuras airadas, y que ha comadreado en demasiadas ocasiones con compañeros de charlas moribundas.
LEONARDO PADURA Y EL OLEAJE CONFUSO
Nacido hace ahora cincuenta y nueve años, en el barrio de Mantilla; el narrador isleño toma el testigo en el Princesa de Asturias de otro amante del corte y confección detectivesco, como es el británico John Banville. Una auténtica casualidad que, sin embargo, sitúa al género de las investigaciones sumarias como vehículo ideal con el que acercarse a las realidades más cruentas.

Aficionado a tomarse una copa de más, descontento con la rutina y el mundo, enfadado con los comportamientos según las normas establecidas, y amante de la locura sin media; Mario Conde es un agente de la ley extraño y hasta intemporal. Un tipo que no habría desentonado como miembro destacado de un club de ácidos analistas vitales, comandado por Philip Marlowe, Pepe Carvalho y Sam Spade.
Esos personajes, surgidos de detrás de los cortinajes de lo previsible, son los que conforman las obras ideadas por Padura. Incluso, cuando trata temas históricos, el periodista convertido en literato y guionista cinematográfico escoge las ánimas atormentadas, para ilustrar sus argumentos de afilados cantos. Pétreos espejos que reflejan con asiduidad existencias malogradas, y que llevaron al compatriota de José Martí a ocuparse de las biografías de tipos de tonelaje peculiar, tales como Ramón Mercader (El hombre que amaba a los perros) y el poeta y político José María Heredia (La novela de mi vida).

Aquello estaba deseando ocurrir, una antología de cuentos editada por Tusquets, es el último volumen publicado en la Piel de Toro de este creador con doble nacionalidad (cubana y española); el cual suele sembrar sus páginas con frases contagiosas, enteramente humanas y verosímiles.
Un cosmos en el que el lenguaje se transforma en sexualidad latente, y donde las tonalidades existenciales pintan cuadros con libertades casi anárquicas, siempre prestas a seguir su camino hacia la sublimación de los sentidos.
