El arte que odió Hitler viaja a NY
El arte catalogado como degenerado por el dictador teutón es el protagonista de la muestra The Attack On Modern Art In Nazi Germany, 1937, que alberga la Neue Galerie de Nueva York hasta el próximo 30 de junio.

Para Marcel Duchamp, “el arte es la idea”. Sin embargo, según la visión más dogmática de Santo Tomás de Aquino, “el arte es el recto ordenamiento de la razón”. Aunque, igualmente válida es la definición de Joseph Beuys respecto a que “el arte es la acción, la vida”.
A lo largo de la Historia, la capacidad del ser humano para exponer a los demás -y a sí mismo- el estado creativo a través de los pinceles, el plinto, los ladrillos, los pentagramas o las letras ha recibido tantas acepciones, que hacen de su concepto algo intangible e ilimitado: una acepción que en su extensión no es ni buena ni mala, ni terrenal ni espiritual, ni real ni ficticia, ni bella o fea en su resolución.

Esa misma inmensidad provoca que los adjetivos que se suelen asociar al Arte sean en la mayoría de las ocasiones superfluos y absurdos.
Entonces, ¿por qué Adolf Hitler se empeñó en tildar a la plástica de las vanguardias de principios del siglo XX como Arte degenerado? Una obsesión que prendió tan fuerte en el ideario del dictador alemán que incluso apadrinó una amplia muestra en Múnich (dentro del Instituto de Arqueología del Hofgarten) sobre ese tema, titulada Die Ausstellung “Entartete Kunst” (La exposición de Arte Degenerado), y que concitó a miles de fanáticos de Mi lucha desde el 19 de julio de 1937 hasta el 30 de noviembre del mismo año.
Aquel salón con los que él consideraba los maestros de la degradación del pueblo teutón -y por añadidura de la sociedad mundial- se convirtió en el exponente internacional de la destrucción masiva de algunas de las piezas fundamentales de la pintura, la escultura, el grabado y el dibujo que organizó el Tercer Reich. Una exhibición de odio en las entrañas hacia el espíritu libre de los genios contemporáneos del caballete, el lápiz y el plinto que la Neue Galerie de Nueva York (Museum For German and Austrian Art, 1048 Fifth Avenue) recrea estos días en la urbe del Empire State Building.

EL ARTE CONTRARIO A LA PUREZA DE RAZA
Según la biografía de Adolf Hitler, el que fuera coronado como Presidente de la República Alemana el 30 de enero de 1933 tuvo una juventud teñida con sueños de paleta y oleosas esencias.
Tanto es así, que el futuro genocida intentó ser admitido por la Academia de Bellas Artes de Viena, en 1908; aunque, al final, no obtuvo la plaza deseada (al parecer, le faltaba ese impulso ajeno a las reglas de codos despellejados y técnicas de cartabón que sí suelen poseer los virtuosos de la imaginación).
Acomplejado o no, lo cierto es que el canciller del bigote rectilíneo -en cuanto tuvo poder suficiente y medios para llevar a cabo su venganza- no escatimó esfuerzos gubernamentales para deshacerse de todas esas obras que él consideraba perniciosas para convivir con los hijos del pueblo germano.

A tal efecto, en 1937, el frustrado pintor encomendó a Adolf Ziegler (artista adscrito al partido nazi y fiel bestia adiestrada en la dogmática imperialista) la formación de un comité de expertos encargados de sacar de los fondos museísticos cualquier pieza sospechosa de transgredir el armazón nacionalsocialista. En especial, aquellas telas, láminas y esculturas que pertenecieran a movimientos tan implicados en invitar a la fantasía como el Modernismo, el Dadaísmo, el Surrealismo, el Expresionismo y la incipiente Abstracción.
En dos semanas, unas 5.238 creaciones fueron aisladas de los centros que las habían adquirido. Y de ese conjunto, 650 trabajos conformaron la citada exposición muniquesa.

Mediante esta labor de aglutinar las propuestas acusadas de “atentar contra la religión, la pureza de la raza y la moral“, nombres como los de Marc Chagall, Georg Grosz, Wassily Kandinsky, Ernst Ludwig Kirchner, Paul Klee, Georg Kolbe, Wilhelm Lehmbruck, Franz Marc, Emil Nolde, Pablo Picasso, Jean Matzinger y Piet Mondrian fueron borrados de la faz centroeuropea. Y sus testimonios visuales siguieron la suerte de la destrucción, o el destierro en almacenes escondidos de marchantes que esperaron al final de la Segunda Guerra Mundial para ponerlos nuevamente en el mercado (caso de Hildebrand Gurlitt).
Muchos de los visitantes de la Neue Galerie neoyorquina sentirán in situ una catarata de emociones semejantes a las que experimentaron los protagonistas de The Monument’s Men, cuando en el filme conseguían salvar las imágenes de pinceles excepcionales del fuego infernal encendido por las hordas de hitlerianas.
Un panorama de excelsos colores y líneas en el que adquieren veleidades de altar mayor pinturas de tan inmortales e imperecederas como Cattle In A Barn, de Max Beckmann; Portrait Of Max Hermann-Neisse, de Georg Grosz; Winter Landscape in Moonlight, de Ernst Ludwig Kirchner; The Angler, de Paul Klee; The Duchess Of Montesquiou-Fezensac, de Oskar Kokoscha; o Still-Life With Wooden Figure, de Emil Nolde.

Más información, entradas y horarios en http://www.neuegalerie.org